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lunes, 2 de mayo de 2011

¿Desarrollo sustentable o desarrollo de la sustentabilidad ecológica y social?



"me cuento entre los millones de personas que participaron con toda su pasión y energía en una de las grandes olas utópicas de este siglo. Como tantos que llegaron a la vida adulta en la década de los sesenta, imaginé una  sociedad igualitaria, cuyo principio organizador era la solidaridad humana. Podía, como los otros participantes en esa ola de esperanza, ofrecer muchos detalles acerca del paraíso que queríamos construir en la Tierra y que creíamos sería el ineluctable resultado de la evolución histórica de la humanidad. Esa utopía, como se sabe, ha fracasado, aunque aún conservamos la esperanza de un mundo mejor. Hemos sostenido en otros trabajos que la propensión utópica es reflejo de la necesidad humana de esperanza. Sin embargo, cuando se me invita a explicar mi idea del mundo preferido, lo que me viene a la mente es algo simultáneamente mucho más simple y complejo, y, tal vez, más difícil de obtener que la utopía igualitaria: Quiero vivir en un mundo en el que mis hijos puedan beber agua limpia y bañarse en ríos, lagos y mares, respirar aire puro, estar al sol, comer frutas, vegetales y otros alimentos sin envenenarse. Que puedan caminar por un bosque y conocer playas donde la exuberancia de la vida continúe tocando sus sentidos. Quiero un mundo en que la lluvia sea lluvia y no vinagre, en que el sol sea sol y no infierno, y en el que los animales y plantas, de los que nos han hablado desde niños, continúen recordándonos que el misterio maravilloso de la vida no empieza ni termina en el ser humano. Y quiero, además, que esto pueda ser compartido por todos. 



Por increíble que parezca, todo aquello ha llegado a ser una utopía. Las instituciones decisivas en que reside el poder (económico, político, social, de producción y difusión de conocimiento y las que concentran el poder punitivo) planteaban hasta ayer o anteayer que ninguna de las aspiraciones antes delineadas estaba amenazada, que estábamos exagerando, que éramos profetas del desastre, que podíamos seguir adelante confiadamente, que el progreso, el desarrollo, la ciencia y la tecnología se harían cargo de esos problemas. La situación ha cambiado dramáticamente en la última década; importantes reuniones internacionales se realizan en estos días para reconocer que los peligros son reales, que es verdad que finalmente el ser humano (no el lobo) lo está devorando todo y ha comenzado a devorarse a sí mismo (...algunos humanos más que otros, por cierto).
Para los que trabajamos en instituciones dedicadas a la investigación y docencia en estudios de medio ambiente, el desfile cotidiano que presenciamos de evidencia ecocida no nos permite sentirnos optimistas, aunque valoramos que finalmente haya preocupación mundial sobre el tema. La crisis ecológica nos obliga, sin embargo, a interrogarnos, con profundo desasosiego, si es verdad aquello de que la humanidad transita por el camino del progreso, o más bien si es que en los últimos minutos de estos 100.000 años de existencia del homo sapiens, hemos entrado en una mutación cultural regresiva. 

No podemos descartar que nuestra especie, desraizada finalmente de la sinfonía de la biosfera, haya perdido su dirección adaptativa, y haya entrado en un estado de locura colectiva que la conduzca al suicidio colectivo. No podemos evitar preguntarnos si es cierto que transitamos la ruta del «desarrollo» o si tal vez, el «desarrollo» está en la raíz misma del problema. ¿Son los países, instituciones y hombres «poderosos» verdaderamente expresiones de «poder»? ¿Quiénes son verdaderamente más poderosos, los que controlan, dominan y monopolizan los recursos del planeta (sociedades modernas industrializadas, y particularmente sus élites, constitutivas del núcleo principal del complejo industrial-militar-burocrático-corporativo) o las sociedades de cazadores y recolectores que durante el 99% de la historia de la humanidad vivieron (y las que sobreviven continúan viviendo) dentro de los límites y posibilidades que establece la integridad de la biosfera? La acumulación de datos en diversas ramas de la ciencia ha aportado un caudal de evidencia empírica que ha convencido a la comunidad científica mundial, a dirigentes políticos, culturales y espirituales y a la opinión pública mundial de la gravedad de la situación. El tardío reconocimiento de estas tendencias ecocidas ha llevado también a que dentro y fuera de la comunidad científica se levanten preguntas serias acerca de la educación de los sistemas de sentido que han configurado el basamento cultural de la civilización industrial. Se abre paso lentamente la convicción de que la ciencia y las grandes corrientes espirituales y su expresión institucional se encuentran en un estado de crisis. La situación demanda una profunda humildad y un reconocimiento de que las señales de alarma vinieron hace más de veinte años (y en algunos casos se anticiparon en siglos) de voces marginales a la comunidad científica, de ecofilósofos, artistas, de pueblos indígenas y líderes espirituales que la sociedad no estaba culturalmente preparada para oír y tomar en serio. La gran pregunta que dejaremos flotando, y no podremos sino abordar superficialmente, es qué sistemas cognitivos, qué concepciones del mundo, qué experiencias, qué ecología de la mente y el cuerpo (ecología del ser) llevaron a esa gente a percibir de un modo temprano y lúcido lo que otros, la mayoría, no podían percibir". 

Alejandro Rojas es Doctor y Master en Sociología. Profesor de la Facultad de Estudios del Medio Ambiente, Universidad de York, Toronto, Canadá.


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